Alguien me dijo que quería paz porque así podría dársela a otros. Pero no puedes dar tu paz a nadie, así como tampoco puedes dar a nadie tu tiempo. No puedes darle ni siquiera cinco minutos más a una persona que se esté muriendo.
La paz es algo muy personal. Es verdad que si tienes paz en tu vida puedes hacer de catalizador para otros, pero no puedes darles paz. Ellos deben encontrar su propia sed, tener su propia comprensión y descubrir esa paz en su interior.
Esa posibilidad siempre está presente en tu vida. Si eres sabio, podrás aprovecharla. A veces la gente cree que la sabiduría es la iluminación. Ven un cuadro antiguo de un santo con una aureola alrededor de la cabeza y piensan: “¡Oh, una persona iluminada!”. Pero la verdadera iluminación es reconocer, y la sabiduría es tomar la decisión de elegir la alegría que hay en tu interior. No se trata de saber lo que va a ocurrir mañana. Los problemas vienen y se van. Si tienes un problema, igual que vino, un día se irá. Las cosas cambiarán y tú también lo harás, pero la pasión por la alegría, por la claridad, permanecerá contigo durante el resto de tu vida.
Mi sed de claridad, de alegría, ha seguido igual desde que era muy pequeño. Todo lo demás ha cambiado, lo que me gusta y lo que no me gusta, lo que como y lo que no como. Todo ha cambiado, pero esa sed sigue igual.
Elige eso en tu vida. Es una elección que tienes que hacer cada día: disfrutar de tu vida. Tienes que venir como una persona libre, sin equipaje, sin miedo, porque si no, no funcionará. Los problemas llegan con formas y tamaños diferentes. A veces cambian de apariencia. Pero, ¿qué es lo que quieres en tu vida? Es una elección que tú tendrás que hacer.
La gente titubea. Yo no puedo hacer nada al respecto porque depende de ti. Para mí, personalmente, la indecisión es una pérdida de tiempo. Voy a contar un cuento sobre la indecisión.
Había una vez un hombre que fue a una feria. Tenía los dientes muy sucios, casi negros. Caminando por allí, llegó a un puesto en el que un doctor vendía una medicina por 15 céntimos. El médico se la mostraba a la gente y decía que si alguien del público tenía los dientes totalmente negros y se lavaba la boca con aquella medicina, sus dientes relucirían de limpios.
El hombre quería la medicina, pero no llegaba a decidirse. Quizá fuese muy cara. No sabía si realmente la quería o no. ¿Funcionaría? Y allí estaba parado, pensando: “¿Debería o no debería comprarla? ¿Debería o no debería?”. Tenía una moneda de cinco céntimos y otra de diez, y empezó a frotarlas una contra otra sin parar. “¿Debería o no debería comprarla? ¿Debería o no debería?”.
Finalmente, se habían vendido todas las botellas menos una. Así que el hombre cogió sus monedas y se las dio al doctor: “Tome. Se la compro”. El médico tomó las monedas y preguntó: “¿Con qué?”. El hombre contestó: “Acabo de darle 15 céntimos”. Y el médico dijo: “Le he observado mientras dudaba si debería o no debería comprarla, y de tanto frotar las monedas las ha desgastado completamente. Ahora ya no valen nada”.
La indecisión es así. Las monedas son nuestro tiempo. “¿Debería o no debería? ¿Debería o no debería?”. Si estás dispuesto a asumir el compromiso de que lo que quieres en tu vida es esa alegría, serás bienvenido. Nunca es demasiado tarde, pero no dudes, porque al titubear estás perdiendo el tiempo.
Cuando el aliento entra en ti —y acaba de hacerlo— nadie puede decir: “Llevo 60 años respirando, así que no pasa nada si no respiro durante las próximas seis horas”. No, eso no es así. Cada aliento es necesario. La alegría y la paz tienen que aceptarse, sentirse y comprenderse cada día. Ésa es la danza. Ésa es la sinfonía de la vida.
Prem Rawat
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