Transcurrieron varias semanas sin que Pasajero viese al anciano, y no por ello mermó, en lo más mínimo, su anhelo en ir tras la pista del Maestro.
Asistía diariamente a la Facultad, pero su atención no estaba puesta en las conferencias que daban los profesores; un profundo deseo iba creciendo en él y parecía estar dispuesto a dejar los estudios para dedicarse por entero a la búsqueda del ser que llenaría su vacío interior.
Siempre que regresaba a su casa, tenía la sensación de estar perdiendo un tiempo precioso, puesto que lo único que podía saciar su sed era la posibilidad de beber del manantial de la verdad, y hasta que esto no sucediera, su corazón estaría sufriendo irremisiblemente.
Después de reflexionar varios días sobre el asunto, decidió ir a ver al anciano.
Anónimo era su amigo y estaba seguro de que él le daría un sabio consejo sobre lo que debería hacer.
Al atardecer se dirigió hacia el domicilio del viejecito. Subió en el ascensor hasta el ático e hizo sonar el timbre...
Después de insistir varias veces y viendo que la puerta no se abría volvió a bajar y preguntó en la portería acerca del anciano:
-¡Perdone! ¿Sabe usted dónde está el señor del Ático? -preguntó Pasajero.
-¡Tú debes ser su amiguito! ¿no? -contestó la portera.
-Sí señora. Hace ya algún tiempo que no nos vemos, y hoy que necesitaba hablar con él, no está.
-¡He de darte una triste noticia, hijo mío! -contestó la portera con los ojos bañados en lágrimas-. El señor del Ático nos dejó definitivamente la semana pasada. El pobre estaba muy viejecito y su cuerpo no pudo resistir más. Antes de morir me habló de ti y me dijo que te diera este paquete; dentro de él hay una carta que debes leer.
Pasajero no pudo reprimir su pena y comenzó a llorar. Tomó el paquete y se despidió cariñosamente de la portera del inmueble.
Regresó a su casa sumido en una profunda amargura. Entró en su estancia y, con gran desconsuelo, se dejó caer sobre su lecho, mientras que la delicada imagen del anciano se hacía presente en su pensamiento.
Abrió el paquete en medio de sollozos y en su interior halló el Evangelio de Acuario de Jesús el Cristo, un sobre, y una bolsa de granos para las palomas.
A continuación leyó el contenido de la carta:
“A mi joven amigo, Pasajero:
“Antes de nada, quiero decirte que no debes entristecerte por mi partida. Mi corazón ya estaba preparado para abandonar este mundo. Durante largo tiempo he esperado este momento y me siento muy feliz al saber que ha valido la pena retrasar la hermosa misión de ser llevado a otros planos de conciencia, solamente, por haber compartido contigo algunos momentos llenos de felicidad y cariño. Gracias por haberme ofrecido tu amistad y aprecio.
“Te dejo como recuerdo el Evangelio de Acuario; entre sus páginas encontrarás un talón de dos mil Euros. Es toda mi fortuna. Pienso que nadie mejor que tú hará buen uso del dinero.
“Como verás, también me acuerdo de nuestras palomitas. Reparte el contenido del paquete entre los parques de la Ciudadela y la Sagrada Familia. ¡No te olvides de darles de comer de vez en cuando, por favor!
“El ruiseñor de la esperanza me está acompañando en mi agonía; me da la impresión de que mi corazón ha abierto sus puertas al hermoso pájaro, y éste ha penetrado en mí, ya que también oigo su cántico melodioso en mis sueños.
“Alrededor de mi lecho percibo una presencia luminosa, rebosante de amor, como si estuviese esperando pacientemente mi último aliento de vida; y escucho sin cesar una música celestial que desborda mi alma de quietud.
“No temas a la muerte, Pasajero. No es más que la transición de este mundo finito al otro eterno. Vinimos a esta vida en un cuerpo para que nuestra alma pudiera gozar a través de los sentidos de este paraíso terrenal, pero al dejar esta existencia, por ley natural, también debemos abandonar el cuerpo que se nos prestó, puesto que al lugar que vamos no lo necesitamos.
“¡Busca y encontrarás, Pasajero...! ¡Sigue a tu corazón y no escuches a tu mente! Explora los rincones del planeta y no desfallezcas hasta encontrar al Maestro. Él vela por sus devotos día y noche. Recuerda que, cuando el discípulo está preparado…
“Hasta siempre compañero del alma.”
A la mañana siguiente, Pasajero, fue al parque de la Ciudadela y esparció los granos alrededor del banco donde conoció por primera vez al anciano. Todas las palomas volaron hacia él y le rodearon; las aves parecían intuir en la tristeza de Pasajero que su viejo amigo ya no volvería más.
Cuando emprendieron el vuelo, Pasajero se dirigió hacia el parque de la Sagrada Familia e hizo la misma operación. Esta vez se mostró más animado y acarició amorosamente a las palomas.
Se quedó un rato recordando el escrito de su amigo, y cuando pasaron algunos minutos fue hacia la entidad bancaria a retirar su pequeña herencia.
Ya tenía decidido qué hacer con el dinero, pues lo emplearía en el viaje que estaba planeando realizar a la India.
Hacía tiempo que Pasajero no tenía noticias de Pedro; desde que se despidieron en el parque, no volvieron a saber el uno del otro.
Pasajero decidió llamar a su amigo para hablarle del proyecto. Buscó el número de teléfono en su agenda y se puso en comunicación con él:
-¿Está Pedro? ¡De parte de Pasajero, por favor! -dijo éste.
-¡Hombre, Pasajero, ya era hora de que nos pusiéramos en contacto! ¿Cómo te va? -contestó Pedro.
-¡Hola, Pedro! Te llamaba porque quería comentarte un asunto que tengo entre manos. ¿Te parece bien que nos veamos esta tarde, a las siete, en la Sagrada Familia?
-De acuerdo Pasajero; allí estaré.
Pasajero no sabía cómo decirles a sus padres lo que estaba tramando. Jamás comprenderían la importancia de este viaje, puesto que para ellos la vida representaba finalizar unos estudios y encontrar un trabajo estable. Tenían una mentalidad tradicional y conservadora, y nunca verían con buenos ojos una decisión de esta trascendencia.
Pasajero, días atrás, fue a sacarse el pasaporte con visado de turista y a comprar algunos utensilios que necesitaba. Sólo le hacía falta una tienda de campana, pues ya tenía la mochila y un buen saco de dormir.
La muerte del anciano había influido notablemente en su firme decisión de partir hacia la región más espiritual del planeta. Una fuerza incontrolable le impulsaba a iniciar la hermosa aventura de explorar la tierra de los brahmanes y sadhus que dedicaban toda su vida a la búsqueda de la verdad. Sabía que la empresa sería difícil, ya que tenía que enfrentarse a costumbres y conceptos totalmente opuestos a todo lo que había experimentado en su corta existencia, pero su inquietud era tan fuerte, que estaba dispuesto a afrontar todas las vicisitudes que le salieran al paso.
Cuando llegó la hora de su cita con Pedro, partió hacia el parque. Muchas cosas habían sucedido en la vida de Pasajero desde que se vieron por última vez.
Se sentó en uno de los bancos, y mientras esperaba la llegada de Pedro, pensaba:
“¿Por qué algunos seres humanos nacemos con una inquietud existencial muy profunda, y hasta que no encontramos la respuesta a la llamada interior no nos sentimos satisfechos? ¡Quizás en vidas anteriores fuimos discípulos de otros Maestros y nos marchamos de este mundo con el deseo de regresar otra vez para seguir caminando en el sendero de la devoción!
“¡Pobre Anónimo, qué gran corazón tenía! Antes de conocerme, sólo había un amigo en su vida: el Creador. A Él se dedicó durante toda su existencia, reconociéndolo en el revolotear de las palomas, en el dulce canto del ruiseñor, en el titilar de las estrellas en el firmamento, en las aguas tranquilas del mar, en el tímido balanceo de las hierbas, y en la amistad que surgió entre nosotros dos. ¡Qué más puede desear un ser humano, cuando aprecia el amor manifestado en esta creación y lo relaciona con la fuente de donde emanó tanta perfección!"
Sumido en estos pensamientos no se había percatado de la presencia de Pedro que tuvo que darle una palmadita en el hombro para hacerle reaccionar:
-¡Eh, despierta! Siempre estás ensimismado -dijo Pedro.
-Perdona, chico; no te había visto -contestó Pasajero.
Los dos amigos se dieron un fuerte abrazo.
-Estoy planeando realizar un viaje a la India. Te he llamado para ver si querías venir conmigo.
-¡Hombre Pasajero, no me esperaba esto, me has cogido desprevenido! ¿Por qué quieres ir tan lejos?
-Deseo ir tras el Maestro. En este tiempo que no nos veíamos, conocí a un anciano que había estado en la India e hicimos muy buena amistad. Hablamos de nuestras inquietudes existenciales y llegamos a la conclusión de que en esta época de oscuridad que atraviesa la Humanidad, necesariamente, habría de manifestarse el verdadero guía espiritual. Luego me confesó que nacería un hiño hindú y que sería el nuevo avatara. Ayer me enteré de la muerte de mi amigo y de que me dejó una pequeña herencia. Estoy dispuesto a pasar de todo y marcharme.
-¿Qué medio utilizarás para ir?
-El avión, por supuesto.
-Parece paradójico que alguien que va tras la verdad, utilice el transporte aéreo, ¿no?
-Lo que me parece ridículo es tener que ir andando en pleno siglo XX. Que esto lo hicieran Cristo o Buda, que tenían que desplazarse por sus propios recursos naturales, para propagar el mensaje de salvación, lo considero normal, puesto que en aquel entonces carecían de medios... Tenemos tantos prejuicios acerca del camino de la verdad, que hemos construido una muralla con nuestros conceptos, y éstos, nos impiden vislumbrar la simpleza de la vida.
-Bueno hombre no te pongas así; lo he dicho simplemente porque me parecía gracioso.
-Dime una cosa, Pedro: ¿crees, sinceramente, que si en tiempos de Cristo hubiese habido coches, el Mesías se hubiera desplazado andando, o encima de un asno?
-¡Claro que no!
-Pues, estamos de acuerdo…
-Bueno, cambiando de tema; ¿se lo has dicho a tus padres?
-No pienso decírselo, pues no lo entenderían. Les escribiré desde allí. Ya lo tengo todo preparado; sólo me hace falta una tienda de campaña.
-Te puedo dejar la mía; es de dos plazas. Lo siento Pasajero, no me pidas que vaya contigo.
-No te preocupes; lo comprendo perfectamente. Yo no puedo permanecer estático sabiendo que la razón de mi existir anda en un cuerpo por este mundo.
-Si quieres, mañana puedo traerte la tienda.
-¡No! Prefiero ir yo a recogerla. No quiero que mis padres sospechen nada. Sería terrible para ellos.
-¡Bueno Pasajero! ¿Supongo que escribirás desde la India? Ya me contarás cómo te va por esas tierras... Mañana ven a la hora que quieras; tendré preparada la tienda.
Pasajero estaba en su aposento ultimando los preparativos para la marcha. Experimentaba un fuerte impulso interior que le hacía estar seguro de sí mismo. Jamás había tomado una decisión tan trascendental, pero estaba dispuesto a confiar en el poder que controla a todo el Universo. Sentía que no estaba solo y que alguien velaba por él.
Por primera vez iba a romper las cadenas que le ataban a la familia y a los estudios en aras de encontrar la verdadera libertad. Intuía que, hasta que esto no sucediera, seguiría esclavizado a sus conceptos sobre el sendero de la verdad, puesto que ésta, tenía que ser práctica y no idealizada. Sabía que su nivel de comprensión era elevado, mas de nada le serviría hasta que su conciencia no entrase en contacto directo con la perfección.
Cuando terminó de recoger todo aquello que habría de llevarse, fue hacia el salón para estar con sus padres. Era la última noche que pasaría con ellos y quería dedicarle su tiempo y cariño.
Cenaron juntos y a continuación pasaron a ver el programa de televisión. Pasajero trataba de ser comunicativo con ellos, pero dándose cuenta de la muralla que existía, se limito a estar presente.
Mientras su mirada estaba puesta en el receptor, pensaba:
“El único momento del día que se reúne toda la familia, en vez de compartir las respectivas inquietudes o fomentar las relaciones entre padres e hijos, nos dedicamos a permanecer pasivos ante el medio visual, esperando, pacientemente, que nos laven el cerebro. No dudo que sea ésta la razón por la cual algunos líderes políticos deseen tanto utilizar y manipular este medio de comunicación de masas.”
Como no estaba dispuesto a resistir mucho tiempo la programación de turno, Pasajero se incorporó del sofá y después de besar a sus padres, marchó a su estancia...
Pasajero se levantó temprano y, aprovechando la salida de su madre para realizar la compra del día, cogió la mochila y se dirigió a la casa de su amigo.
Llamó al timbre y Pedro salió al instante... Decidieron ir a tomarse un café en el bar de la esquina, puesto que Pasajero tenía que pedirle un favor a su amigo, y todavía era temprano para marcharse hacia el aeropuerto.
-Mucho te agradecería, Pedro, que fueras esta tarde a mi casa y le dijeras a mis padres que me voy a la India por dos o tres meses.
-No quiero que estén preocupados, o que empiecen a indagar en hospitales, o se pongan en contacto con la policía. Puedes contarles también el motivo de mi viaje; así lo verán con mejores ojos, pues creerán que forma parte de mis investigaciones y estudios; no obstante, yo les escribiré desde allí y los tranquilizaré un poco.
-Puedes confiar en mí, Pasajero. Hablaré con tus padres y trataré de que lo comprendan -contestó Pedro.
Después de charlar durante un rato se despidieron y Pasajero partió hacia el aeropuerto, dispuesto a emprender su aventura.
Pasajero, con su pequeña herencia, tenía suficiente para el billete de ida y vuelta y su manutención durante el tiempo que pensaba permanecer en la India.
Compró algunas revistas y, mientras esperaba la salida del avión, se tomó un aperitivo en el restaurante del aeropuerto.
Pasajero esperaba relajado el acontecimiento que estaba a punto de llevar a cabo. Era su primer vuelo y sabía que la duración de éste era de bastantes horas. Una vez en Delhi tomaría un tren para arribar a su destino definitivo que era la ciudad santa de Varanasi.
Cuando escuchó por los altavoces el aviso de embarque, se levantó decidido y se dirigió hacia la sala de control; una vez pasado, sin problemas, fue conducido hacia el avión.
Ya no podía dar marcha atrás. La decisión había sido tomada y a partir de ahora tendría que afrontar todas las consecuencias con firmeza y confianza.
El aparato volaba por encima de las nubes con rumbo fijo. Así daba comienzo una etapa decisiva para las esperanzas que Pasajero había depositado en su venturosa búsqueda por tierras Santas…
Tras un agotador viaje hicieron escala en Bombay y Pasajero tenía que cambiar de avión con rumbo a Delhi. Antes de subir al aparato disponía de tiempo suficiente para refrescarse un poco la cara y tomar un refrigerio.
La diferencia del clima era notable y Pasajero se despojó de la cazadora. Su deseo se había hecho realidad, ya que estaba pisando tierra sagrada.
Compró una guía turística y se encaminó hacia la puerta de embarque. Un joven con indumentaria europea pero de tez oriental, que se dirigía también a Delhi, se acercó a Pasajero y le preguntó en inglés:
-Perdona mi indiscreción. Te he estado observando y me da la impresión de que es la primera vez que visitas la India ¿no es así?
-Es cierto -contestó Pasajero-. Supongo que habrás notado cómo miraba a mi alrededor tratando de fotografiar con mis ojos todo aquello que se manifestaba ante mí.
-Es normal y le ocurre a todo el mundo. Al principio nos cuesta adaptarnos al lugar que nunca hemos visitado, pero el tiempo se encarga de que se convierta en indiferencia aquello que en un principio era admiración.
-Yo creo que mi corazón jamás se sentiría saturado de la riqueza espiritual que existe en la India.
-Veo que tú también, al igual que miles de occidentales que pasan por aquí, vienes a buscar lo que en tu país no has descubierto.
-Sinceramente he de decirte que sí, y la razón es que nos aventajáis en muchos años en vuestra dedicación de cultivar el espíritu por encima de cualquier otra actividad social. Por eso, no me extraña que tengamos que venir de otros rincones del planeta a indagar por estos santos lugares, buscando la respuesta a nuestra incógnita interior.
Subieron al avión y continuaron dialogando durante el trayecto. El joven hindú parecía insinuarle a Pasajero su desencanto hacia la India actual.
Pasajero, por su parte, no podía dar crédito a lo que intentaba transmitirle su compañero de viaje, ya que parecía desprestigiar aquellos valores que, precisamente, lo motivaron a emprender su aventura por estas tierras.
Una vez llegaron a Delhi, el joven hindú, con una sonrisa irónica, se despidió de Pasajero diciéndole:
-¡Espero que encuentres lo que has venido a buscar desde tan lejos...!
Pasajero, un poco molesto por la actitud de su acompañante, miró fijamente sus ojos y le dijo;
-Por estas tierras nació el adagio: “utiliza las palabras cuando sean más importantes que el silencio”. Nunca menosprecies a un ser humano, sea cual sea su condición, porque de uno de ellos recibirás algún día la experiencia que disipará tu orgullo.
Pasajero se alejó del joven, que permanecía sin moverse, observando cómo su interlocutor había quedado sorprendido por su respuesta.
A continuación se dirigió hacia el norte de la ciudad para visitar el casco antiguo; tras recrearse durante un rato, y descansar a continuación en un parque cercano, se encaminó hacia la estación ferroviaria...
El tren llegó a Varanasi al atardecer y Pasajero buscó alojamiento en un hotel. El Sol no tardaría en ocultarse y no le daría tiempo de encontrar una zona tranquila donde instalar la tienda de campaña.
Pasajero, queriendo someter a prueba su estómago degustando la comida hindú, entró en un restaurante para comprobar prácticamente la fama de sus salsas picantes... No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que sus entrañas estaban ardiendo; rápidamente tuvo que pedir una botella de agua al camarero que, con una sonrisa en los labios, le había advertido de antemano.
Después de aprender la lección, abandonó el establecimiento y se retiró a su aposento; acusaba el cansancio del viaje y lo que más le apetecía, en esos momentos, era descansar plácidamente.
Los rayos solares penetraron en la estancia de Pasajero y le dieron la bienvenida al espléndido día que se manifestaba sobre la ciudad santa.
Se levantó de la cama presto a iniciar la esperanzada misión que le había traído por estos parejes. Abandonó el hotel y emprendió la marcha, con su mochila, hacia las orillas del Ganges.
Pasajero fue recorriendo los lugares turísticos, pudiendo observar con asombro el arraigo tradicional de creencias que permanecían inalterables con el paso del tiempo. Transitaba por callejones repletos de peregrinos y estuvo visitando los crematorios a las orillas del Ganges, donde, una vez efectuadas las incineraciones, las cenizas eran arrojadas al río sagrado.
En su marcha hacia la desembocadura del Varona, buscando una zona tranquila donde acampar, Pasajero se cruzaba con sadhus vestidos con túnicas de color azafrán, ancianos decrépitos esperando pacientemente la muerte, y algún que otro yogui retorciendo su cuerpo.
Montó la tienda a orillas del río y bajo un frondoso árbol; sacó de la mochila el libro del Evangelio de Acuario, y dedicó toda la tarde a la lectura del interesante libro, aislado de un apacible silencio...
Al despuntar el alba, Pasajero emprendió la búsqueda de algún guru que pudiera responder a sus preguntas.
Deambulaba por senderos angostos cuando, repentinamente, divisó a lo lejos a un grupo de personas apiñadas en torno a un brahmán. El sacerdote platicaba en hindi y los discípulos escuchaban con gran atención las enseñanzas del erudito. Pasajero se acercó con lentitud y, sin hacer ruido, se sentó en el suelo.
A pesar de no entender nada de lo que se decía, podía percibir una vibración positiva que emanaba de las palabras del anciano. De vez en cuando el brahmán era interrumpido por alguno de los allí presentes, y el maestro, que radiaba una alegría inefable, respondía pacientemente a las dudas de sus discípulos.
Una vez hubo finalizado el prolongado discurso espiritual, los oyentes fueron abandonando el paraje y prosiguieron su camino. Pasajero permaneció sentado en el suelo mirando fijamente al anciano que, con voz sosegada, se dirigió a él y le preguntó en inglés:
¿Qué deseas, hijo mío?
-¡He venido desde muy lejos con la esperanza de encontrar al Maestro! -exclamó Pasajero.
-¿Qué clase de Maestro buscas?
-¡Aquél que pueda mostrarme el sendero de la verdad!
-¿Qué es la verdad para ti?
-La experiencia suprema de amor y felicidad que alcanza el ser humano cuando se relaciona prácticamente con la energía interior que le da vida.
-¿Y qué es esa energía interior?
-La vibración primordial de donde surgió toda la Creación.
-¿Y para ti qué es esa vibración primordial?
-El Nombre de Dios, el Verbo, la Palabra...
-¿Puedes decirme el Nombre de Dios?
-El Maestro Lao Tse escribió una vez: "El Nombre que puede ser pronunciado no es el verdadero Nombre" –contestó Pasajero.
El brahmán, con frente serena, fijó su mirada en los ojos de Pasajero y le dijo dulcemente:
-¡Hijo mío! Lo que estás buscando es lo más sublime que puede alcanzar un hombre en todas sus reencarnaciones. Yo puedo enseñarte a hacer viajes astrales o a levitar si lo prefieres, pero esa verdad de la que tú me hablas, solamente, un alma grande puede mostrarla. Aquel que procede de la luz es el único que tiene el poder de llevarte a ella. Si un día encuentras al poseedor de esa llama interior, ven y dímelo; te estaré esperando pacientemente.
Pasajero, tras ofrecer su agradecimiento al anciano sacerdote, prosiguió su camino.…
Transcurría el tiempo, y las expectativas que Pasajero había depositado por estos parajes iban desvaneciéndose paulatinamente. Un sentimiento de desesperanza le estaba produciendo un dolor muy profundo en su estado de ánimo.
Cierto día, mientras Pasajero se hallaba a la orilla del río Varuna, contemplando el fluir de las aguas en su constante afán de fundirse al Ganges, se le acercó un sadhu con la cabeza rapada y se colocó junto a él sin decir nada.
Pasajero, que no se inmutó al principio, pero viendo que su acompañante no decía una palabra, le miró sorprendido y le comentó:
-¿Qué sensación más placentera produce observar el correr de las aguas; no es cierto?
El sadhu le miró sonriente y asintió con la cabeza. Pasajero, totalmente desconcertado, le dijo:
-¿Eres mudo?
El joven miró a Pasajero y con un movimiento de cabeza le dio a entender que no.
-¿Entonces, por qué no hablas? ¿Estás haciendo voto de silencio? -preguntó Pasajero.
El sadhu hizo un ademán afirmativo y le expresó con gestos que le dejara tranquilo.
Pasajero dejó de molestarle y se tumbó de espaldas sobre el césped dispuesto a contemplar el despejado cielo.
Después de unos instantes de silencio, Pasajero volvió a insistir y le preguntó al extraño personaje:
-Perdóname que te moleste pero es que tengo una duda acerca de tu actitud de permanecer callado. ¿Quisiera saber si el tiempo que llevas sin pronunciar una sola palabra, has estado en silencio interior, o por el contrario, continúas hablando dentro de ti?
El joven le hizo entender a Pasajero, que constantemente escuchaba una voz dentro de él y que no paraba de hablar.
-¿Entonces, de qué te sirve no utilizar el don de la palabra, si continúas hablando interiormente a pesar de tu voto de silencio? -murmuró Pasajero.
El sadhu se incorporó raudo y veloz sumido en una profunda exasperación y, ante la irrebatible réplica de Pasajero, partió del lugar vomitando maldiciones y todo tipo de presagios.
Pasajero continuó echado sobre el césped, mientras pensaba:
“¡Es impresionante el poder que ejerce sobre los individuos un concepto, sobre todo y en particular, religioso...!
“Nosotros, los occidentales, estamos inmersos en una sociedad materialista, donde la tecnocracia y el consumismo son nuestros dioses; sin embargo, en el tiempo que llevo en la India he podido vislumbrar con claridad meridiana el antagonismo oriental, produciéndome una total frustración y desengaño. En estas tierras, donde se supone que deba reinar los valores más ennoblecedores y la plena dedicación a la práctica de la verdad, lo que se manifiesta ante mis ojos son fanáticos llenos de prejuicios religiosos y haciendo culto a costumbres y creencias totalmente marginadas de la realidad espiritual del hombre.
“El confusionismo que nos azota es como una plaga que se extiende paulatinamente por todos los rincones del planeta siguiendo al espejismo de la realidad.
“¡En qué se ha convertido aquella India, residencia inmortal de Iluminados y Santos que difundieron a través de los tiempos las verdades sagradas e inalterables de Brahma, Rama, Krishna, Buda, Gurú Nanak, Ramakrishna!
“Ahora observo a mi alrededor el peregrinaje, folklórico y desvirtuado, de piadosos buscando en ritos y ceremonias lo que en su día fue la resurrección de los muertos en vida, cuando se hallaban ante la presencia física del Maestro.
“Ni oriente ni occidente pueden saciar, en la actualidad, la sed de mi corazón, ¿Dónde se esconderá el Divino Mensajero? ¿Por qué tarda tanto en manifestarse? ¿Qué ha de suceder aún en el mundo para requerir su presencia...?”
Pasajero, desafortunado hasta el momento en su ventura, emprendió la marcha hacia el punto de encuentro del peregrinaje budista; Sarnath, En esta ciudad, según cuenta la leyenda, Buda pronunció su primer discurso espiritual.
En su camino se encontraba con monjes que también seguían su misma dirección... Antes de llegar a su objetivo final, Pasajero divisó a un anciano, sentado al borde del sendero meditando en posición de loto, y se dirigió hacia él. Se sentó encima de la mochila y esperó tranquilamente a que el monje abriera los ojos.
Transcurrió una media hora y el anciano, que parecía estar en un éxtasis profundo, volvió en sí. Pasajero le miró con expresión suplicante, dándole a entender que necesitaba ayuda, y exclamó:
-Perdona mi atrevimiento y las molestias que te haya podido ocasionar por estar aquí a tu lado mientras meditabas. Deseo profundamente aprender a sosegar mis sentidos como tú lo haces ¿Podrías enseñarme?
El monje, con un apacible rostro que infundía confianza, le dijo con voz serena:
-¿Cómo puedes saber que tenía cerradas las ventanas del mundo sensorial? ¡Bien podría haber estado haciendo otra cosa, como por ejemplo: pensar, imaginar o recordar,..!
-Soy muy sensible para captar cuando un ser está escuchando el latir de su eterno corazón -dijo Pasajero-, y se halla sumergido en el océano de amor y quietud. Tuve un amigo, muy querido para mí, que me hablaba de ese Reino interior, y cuando entraba en profunda meditación, como tú lo haces, emanaba de él la misma paz que tú me estás transmitiendo ahora mismo.
-¿Y qué esperas de mí?
-¿Puedes mostrarme las cuatro nobles verdades de Buda? Es la meta más ambiciosa que puede llegar a alcanzar un humilde y sincero buscador de la verdad.
-¿Quién te ha dicho su número?
-Todas las Escrituras Sagradas que he examinado minuciosamente, coinciden en resaltar las cuatro manifestaciones que existen para experimentar la energía interior.
-Veo que estás instruido en el sendero de la verdad, pero he de advertirte que, aunque seas iniciado en estas técnicas de Raja Yoga, necesitarás recibir en su momento oportuno la Gracia, que únicamente puede transferirte el Buda encarnado.
-¿Y cuando llegará ese día tan esperado por mí?
-La paciencia es una virtud que deberías aprender a cultivar, puesto que necesitarás hacer uso de ella en el interminable sendero de la verdad... Al igual que el buen jardinero sabe cuando es el tiempo para cortar una flor, de la misma manera, el Maestro posee la conciencia suprema para decidir cuando ha de manifestarse entre los hombres; por lo tanto, debes perseverar en tu anhelo. No olvides nunca, que en tu debilidad se halla tu fortaleza.
-Pero a veces es insoportable el sufrimiento que experimento cuando contemplo con impotencia la ignorancia y la confusión que nos rodea.
-El hombre sabio pasa inadvertido por este mundo, y todo lo que percibe con sus sentidos no le produce el menor daño, debido a que su foco de atención será siempre lo eterno e inmutable.
-¿Podré llevar a cabo durante esta vida la unión con el Todo?
-Depende de lo receptivo que estés a la experiencia.
Cuando te sean mostradas las nobles verdades de Buda, poseerás el instrumento genuino para penetrar en tu interior y fundirte con la energía suprema. A partir de ese momento, tú serás el camino y siempre te acechará el enemigo que todos llevamos dentro, pues intentará por todos los medios desviar tu atención hacia los deseos mundanos. La lucha será titánica, pero tendrás por aliado el viento de la Gracia que, impulsará, con fuerza suficiente, las velas del barco para que éste arribe a buen puerto. Deberás ser constante y perseverar hasta el fin, puesto que una vez hayas visto la Luz con la visión interior, nunca podrás negar su existencia. También debes saber que cada paso que des tendrá que ser siempre hacia adelante, porque no habrá sendero hacia atrás.
Ambos prosiguieron su marcha y el monje acompañó a Pasajero hacia un monasterio budista.…
Transcurrieron algunas semanas y Pasajero soportaba con voluntad y tesón la disciplinada vida monacal en aras de alcanzar el precioso tesoro que su corazón pedía a gritos.
Cierto día, cuando Pasajero se hubo olvidado por completo del motivo por el cual estaba en el monasterio, y toda su concentración se hallaba puesta en las tareas que le encomendaban, fue llamado por el monje que encontró en el sendero:
-¡Hijo mío, creo que ha llegado el tiempo en que seas iniciado! -exclamó el anciano con una sonrisa en los labios y mirando tiernamente a Pasajero-.
-He seguido tus pasos muy de cerca, sin que hayas sido consciente de ello, y he de confesarte que has madurado con bastante rapidez. Las labores en las que has estado ocupado han ido labrando con delicadeza tu corazón, para que la semilla que vas a recibir pueda germinar con fuerza y vigor. Ahora tu rostro irradia quietud, y tu mirada es limpia y real. Por lo tanto, ha llegado la hora de que puedas beber del manantial de la sabiduría.
-Nunca pude sospechar que fueras tú, quien me abriera la puerta de mi corazón -contestó Pasajero con voz sosegada-.
Pero, ahora comprendo, perfectamente, que todos somos marionetas en manos del Creador. É1 fue quien te cruzó en mi camino y te eligió para que fueses un instrumento de su amor. En este tiempo de estancia en el monasterio tuve que quemar mi impaciencia y orgullo a través de la acción, para llegar a comprender el secreto de la no acción; y el anhelo que motivó mi partida hacia estas lejanas tierras se ha extinguido por completo. Sin embargo, un sentimiento de bienaventuranza ha arraigado, profundamente, en mi corazón.
-No debes olvidar jamás, Pasajero, que hemos de retroceder todo lo andado en este mundo, si queremos escuchar el eterno latir de nuestra alma. Solamente, aquellos que se conquistan a sí mismos y llegan a tener la simpleza y el corazón de un niño, son los afortunados para tan dichosa experiencia.
-¿Y qué he de hacer para alcanzar la sencillez de la que me hablas?
-Simplemente esperar con paciencia a que germine y dé su fruto la semilla que será plantada en tu interior. Dale tiempo al tiempo y observa con amor el florecimiento de la sabiduría que disipará la oscuridad e ignorancia que has acumulado en este mundo de ilusión, pues será ella, la que desvelará todos los misterios ocultos desde antes de tu nacimiento espiritual. Mañana será un día glorioso para ti, Pasajero, pues conocerás directamente la fuente de amor que te hace respirar, y verás cara a cara el rostro resplandeciente del Todopoderoso. Ahora ves a tu aposento y duerme tranquilo, porque al despuntar el alba deberás estar aquí descansado y despierto para tu iniciación.…
Después de que le fuese mostrado el secreto que con tanto celo había sido protegido y ocultado a través de los tiempos, Pasajero se retiró al bosque a meditar y a realizar la experiencia de la verdad dentro de sí.
Situó la tienda de campaña bajo la sombra de un árbol y permanecía la mayor parte del tiempo en su interior, practicando pacientemente el arte de concentrar su atención (meditar) en las técnicas que le fueron reveladas.
Todas las experiencias que había leído acerca del sendero interior, estaban siendo una realidad para Pasajero, puesto que en el ir y venir de su conciencia podía percibir la situación de los centros de energía que se hallaban repartidos a lo largo del cuerpo. También era consciente, de una parte, de las sensaciones que estimulaban su instinto sexual, y de otro lado, del poder que la mente ejercía sobre él sin que se diera cuenta. Pero, lo que más despertó su entusiasmo y dicha fue, sentir un profundo amor al reposar su atención en el punto concreto que le señaló el monje; para ello, tenía que ir surcando o rechazando los pensamientos y las extrañas vibraciones que se manifestaban en el camino de su aventura interior.
Pasajero fue practicando por separado cada una de las técnicas, pudiendo comprobar con claridad manifiesta que, el resultado de su experiencia coincidía exactamente con lo que había escrito la noche en que despertó con un profundo deseo de expresar su estado de plenitud.
Ahora comprendía lo que significaba la resurrección de los muertos. Tenía la sensación de haber nacido de nuevo a la vida, pero esta vez sabiendo, perfectamente, donde se hallaba la verdadera realidad del ser.
El calor de la tienda era insoportable. Pasajero tuvo que salir y permanecer en el exterior, desprovisto de su indumentaria. Miraba al cielo como si fuese la primera vez que lo veía; escuchaba el cantar de los pájaros y quedaba extasiado con su melodía; percibía el respirar de los árboles y el latir de las plantas... Todo era armonía y belleza a su alrededor, y desde su corazón lanzaba un grito de alabanza y agradecimiento hacia el Creador por sentirse vivo y rebosante de felicidad.
Pasajero cogió el saco de dormir y lo extendió en el suelo a la sombra de un árbol. Se sentó encima de él y puso en práctica una de las cuatro técnicas de meditación: La Palabra. A medida que su atención se sincronizaba con la vibración primordial, era consciente de cómo su esencia trascendía los límites de su cuerpo y se fundía lentamente en el eterno latir del universo. Era una experiencia indescriptible. Pasajero percibía en ese estado, que toda forma animada se hallaba unida por un cordón umbilical a la fuente de amor y armonía; y el resultado práctico de ese gratuito enlace se materializaba en la vida, puesto que toda manifestación viviente esta sujeta a esta ley natural.
Pasajero, cuando fue consciente de estar otra vez delimitado por su forma física, abrió los ojos y miraba a su alrededor, sorprendido de la increíble experiencia de la que había sido objeto. No pudiendo reprimir su felicidad y alegría, echó a correr por el bosque, contento y dando gracias al Todopoderoso por haber sido testigo del milagro de la vida. Ahora ya sabía que todas las especies que pueblan la Tierra, incluido el hombre, pronunciaban silenciosamente en sus corazones el Sagrado Nombre del Creador.…
En el transcurrir de los días, Pasajero se dedicaba a la práctica de la meditación y al examen minucioso de algunas Escrituras orientales que hacían referencia a la trascendental semilla que había sido plantada en su corazón.
A partir de ahora sería testigo de cómo en su interior florecería lentamente un hermoso jardín para su propio deleite.
Pasajero levantó la tienda y fue a visitar al monje:
-Perdona que haya requerido tu presencia -comentó Pasajero-, pero he de comunicarte que debo regresar a mi país. Una vez conseguido lo que tanto anhelaba, nada me queda por hacer aquí.
-Recuerda, Pasajero, que dondequiera que vayas has de tener presente una sola cosa. Este conocimiento que te he revelado y que siempre estuvo en ti, alcanzará su máximo esplendor y gloria cuando recibas la Gracia del Maestro que se ha de manifestar. Todos nosotros esperamos pacientemente su venida, porque el Buda se reencarnará de nuevo con más poder que nunca. No olvides jamás lo que acabo de decirte.
-Te estoy inmensamente agradecido por haber sido tú el instrumento que abriera la puerta de mi corazón. Ahora, la espera no será tan dolorosa, que me impida vivir en armonía con mi entorno natural y humano. Podré saborear el presente que siempre se me escapaba a causa de la desenfrenada actividad mental, y en mi ciudad natal, Barcelona, esperaré ilusionado la señal o la pista que el Maestro me envíe a través de sus múltiples manifestaciones; ya sea, por mediación de sus discípulos que propaguen su venida, o bien, utilizando al ruiseñor de la esperanza, puesto que a partir de estos momentos mi conciencia está lo suficientemente susceptible como para traducir cualquier mensaje que sea emitido por la Energía Superior que controla al Universo, Gracias otra vez, venerable amigo.
-Hasta siempre...
Asistía diariamente a la Facultad, pero su atención no estaba puesta en las conferencias que daban los profesores; un profundo deseo iba creciendo en él y parecía estar dispuesto a dejar los estudios para dedicarse por entero a la búsqueda del ser que llenaría su vacío interior.
Siempre que regresaba a su casa, tenía la sensación de estar perdiendo un tiempo precioso, puesto que lo único que podía saciar su sed era la posibilidad de beber del manantial de la verdad, y hasta que esto no sucediera, su corazón estaría sufriendo irremisiblemente.
Después de reflexionar varios días sobre el asunto, decidió ir a ver al anciano.
Anónimo era su amigo y estaba seguro de que él le daría un sabio consejo sobre lo que debería hacer.
Al atardecer se dirigió hacia el domicilio del viejecito. Subió en el ascensor hasta el ático e hizo sonar el timbre...
Después de insistir varias veces y viendo que la puerta no se abría volvió a bajar y preguntó en la portería acerca del anciano:
-¡Perdone! ¿Sabe usted dónde está el señor del Ático? -preguntó Pasajero.
-¡Tú debes ser su amiguito! ¿no? -contestó la portera.
-Sí señora. Hace ya algún tiempo que no nos vemos, y hoy que necesitaba hablar con él, no está.
-¡He de darte una triste noticia, hijo mío! -contestó la portera con los ojos bañados en lágrimas-. El señor del Ático nos dejó definitivamente la semana pasada. El pobre estaba muy viejecito y su cuerpo no pudo resistir más. Antes de morir me habló de ti y me dijo que te diera este paquete; dentro de él hay una carta que debes leer.
Pasajero no pudo reprimir su pena y comenzó a llorar. Tomó el paquete y se despidió cariñosamente de la portera del inmueble.
Regresó a su casa sumido en una profunda amargura. Entró en su estancia y, con gran desconsuelo, se dejó caer sobre su lecho, mientras que la delicada imagen del anciano se hacía presente en su pensamiento.
Abrió el paquete en medio de sollozos y en su interior halló el Evangelio de Acuario de Jesús el Cristo, un sobre, y una bolsa de granos para las palomas.
A continuación leyó el contenido de la carta:
“A mi joven amigo, Pasajero:
“Antes de nada, quiero decirte que no debes entristecerte por mi partida. Mi corazón ya estaba preparado para abandonar este mundo. Durante largo tiempo he esperado este momento y me siento muy feliz al saber que ha valido la pena retrasar la hermosa misión de ser llevado a otros planos de conciencia, solamente, por haber compartido contigo algunos momentos llenos de felicidad y cariño. Gracias por haberme ofrecido tu amistad y aprecio.
“Te dejo como recuerdo el Evangelio de Acuario; entre sus páginas encontrarás un talón de dos mil Euros. Es toda mi fortuna. Pienso que nadie mejor que tú hará buen uso del dinero.
“Como verás, también me acuerdo de nuestras palomitas. Reparte el contenido del paquete entre los parques de la Ciudadela y la Sagrada Familia. ¡No te olvides de darles de comer de vez en cuando, por favor!
“El ruiseñor de la esperanza me está acompañando en mi agonía; me da la impresión de que mi corazón ha abierto sus puertas al hermoso pájaro, y éste ha penetrado en mí, ya que también oigo su cántico melodioso en mis sueños.
“Alrededor de mi lecho percibo una presencia luminosa, rebosante de amor, como si estuviese esperando pacientemente mi último aliento de vida; y escucho sin cesar una música celestial que desborda mi alma de quietud.
“No temas a la muerte, Pasajero. No es más que la transición de este mundo finito al otro eterno. Vinimos a esta vida en un cuerpo para que nuestra alma pudiera gozar a través de los sentidos de este paraíso terrenal, pero al dejar esta existencia, por ley natural, también debemos abandonar el cuerpo que se nos prestó, puesto que al lugar que vamos no lo necesitamos.
“¡Busca y encontrarás, Pasajero...! ¡Sigue a tu corazón y no escuches a tu mente! Explora los rincones del planeta y no desfallezcas hasta encontrar al Maestro. Él vela por sus devotos día y noche. Recuerda que, cuando el discípulo está preparado…
“Hasta siempre compañero del alma.”
A la mañana siguiente, Pasajero, fue al parque de la Ciudadela y esparció los granos alrededor del banco donde conoció por primera vez al anciano. Todas las palomas volaron hacia él y le rodearon; las aves parecían intuir en la tristeza de Pasajero que su viejo amigo ya no volvería más.
Cuando emprendieron el vuelo, Pasajero se dirigió hacia el parque de la Sagrada Familia e hizo la misma operación. Esta vez se mostró más animado y acarició amorosamente a las palomas.
Se quedó un rato recordando el escrito de su amigo, y cuando pasaron algunos minutos fue hacia la entidad bancaria a retirar su pequeña herencia.
Ya tenía decidido qué hacer con el dinero, pues lo emplearía en el viaje que estaba planeando realizar a la India.
Hacía tiempo que Pasajero no tenía noticias de Pedro; desde que se despidieron en el parque, no volvieron a saber el uno del otro.
Pasajero decidió llamar a su amigo para hablarle del proyecto. Buscó el número de teléfono en su agenda y se puso en comunicación con él:
-¿Está Pedro? ¡De parte de Pasajero, por favor! -dijo éste.
-¡Hombre, Pasajero, ya era hora de que nos pusiéramos en contacto! ¿Cómo te va? -contestó Pedro.
-¡Hola, Pedro! Te llamaba porque quería comentarte un asunto que tengo entre manos. ¿Te parece bien que nos veamos esta tarde, a las siete, en la Sagrada Familia?
-De acuerdo Pasajero; allí estaré.
Pasajero no sabía cómo decirles a sus padres lo que estaba tramando. Jamás comprenderían la importancia de este viaje, puesto que para ellos la vida representaba finalizar unos estudios y encontrar un trabajo estable. Tenían una mentalidad tradicional y conservadora, y nunca verían con buenos ojos una decisión de esta trascendencia.
Pasajero, días atrás, fue a sacarse el pasaporte con visado de turista y a comprar algunos utensilios que necesitaba. Sólo le hacía falta una tienda de campana, pues ya tenía la mochila y un buen saco de dormir.
La muerte del anciano había influido notablemente en su firme decisión de partir hacia la región más espiritual del planeta. Una fuerza incontrolable le impulsaba a iniciar la hermosa aventura de explorar la tierra de los brahmanes y sadhus que dedicaban toda su vida a la búsqueda de la verdad. Sabía que la empresa sería difícil, ya que tenía que enfrentarse a costumbres y conceptos totalmente opuestos a todo lo que había experimentado en su corta existencia, pero su inquietud era tan fuerte, que estaba dispuesto a afrontar todas las vicisitudes que le salieran al paso.
Cuando llegó la hora de su cita con Pedro, partió hacia el parque. Muchas cosas habían sucedido en la vida de Pasajero desde que se vieron por última vez.
Se sentó en uno de los bancos, y mientras esperaba la llegada de Pedro, pensaba:
“¿Por qué algunos seres humanos nacemos con una inquietud existencial muy profunda, y hasta que no encontramos la respuesta a la llamada interior no nos sentimos satisfechos? ¡Quizás en vidas anteriores fuimos discípulos de otros Maestros y nos marchamos de este mundo con el deseo de regresar otra vez para seguir caminando en el sendero de la devoción!
“¡Pobre Anónimo, qué gran corazón tenía! Antes de conocerme, sólo había un amigo en su vida: el Creador. A Él se dedicó durante toda su existencia, reconociéndolo en el revolotear de las palomas, en el dulce canto del ruiseñor, en el titilar de las estrellas en el firmamento, en las aguas tranquilas del mar, en el tímido balanceo de las hierbas, y en la amistad que surgió entre nosotros dos. ¡Qué más puede desear un ser humano, cuando aprecia el amor manifestado en esta creación y lo relaciona con la fuente de donde emanó tanta perfección!"
Sumido en estos pensamientos no se había percatado de la presencia de Pedro que tuvo que darle una palmadita en el hombro para hacerle reaccionar:
-¡Eh, despierta! Siempre estás ensimismado -dijo Pedro.
-Perdona, chico; no te había visto -contestó Pasajero.
Los dos amigos se dieron un fuerte abrazo.
-Estoy planeando realizar un viaje a la India. Te he llamado para ver si querías venir conmigo.
-¡Hombre Pasajero, no me esperaba esto, me has cogido desprevenido! ¿Por qué quieres ir tan lejos?
-Deseo ir tras el Maestro. En este tiempo que no nos veíamos, conocí a un anciano que había estado en la India e hicimos muy buena amistad. Hablamos de nuestras inquietudes existenciales y llegamos a la conclusión de que en esta época de oscuridad que atraviesa la Humanidad, necesariamente, habría de manifestarse el verdadero guía espiritual. Luego me confesó que nacería un hiño hindú y que sería el nuevo avatara. Ayer me enteré de la muerte de mi amigo y de que me dejó una pequeña herencia. Estoy dispuesto a pasar de todo y marcharme.
-¿Qué medio utilizarás para ir?
-El avión, por supuesto.
-Parece paradójico que alguien que va tras la verdad, utilice el transporte aéreo, ¿no?
-Lo que me parece ridículo es tener que ir andando en pleno siglo XX. Que esto lo hicieran Cristo o Buda, que tenían que desplazarse por sus propios recursos naturales, para propagar el mensaje de salvación, lo considero normal, puesto que en aquel entonces carecían de medios... Tenemos tantos prejuicios acerca del camino de la verdad, que hemos construido una muralla con nuestros conceptos, y éstos, nos impiden vislumbrar la simpleza de la vida.
-Bueno hombre no te pongas así; lo he dicho simplemente porque me parecía gracioso.
-Dime una cosa, Pedro: ¿crees, sinceramente, que si en tiempos de Cristo hubiese habido coches, el Mesías se hubiera desplazado andando, o encima de un asno?
-¡Claro que no!
-Pues, estamos de acuerdo…
-Bueno, cambiando de tema; ¿se lo has dicho a tus padres?
-No pienso decírselo, pues no lo entenderían. Les escribiré desde allí. Ya lo tengo todo preparado; sólo me hace falta una tienda de campaña.
-Te puedo dejar la mía; es de dos plazas. Lo siento Pasajero, no me pidas que vaya contigo.
-No te preocupes; lo comprendo perfectamente. Yo no puedo permanecer estático sabiendo que la razón de mi existir anda en un cuerpo por este mundo.
-Si quieres, mañana puedo traerte la tienda.
-¡No! Prefiero ir yo a recogerla. No quiero que mis padres sospechen nada. Sería terrible para ellos.
-¡Bueno Pasajero! ¿Supongo que escribirás desde la India? Ya me contarás cómo te va por esas tierras... Mañana ven a la hora que quieras; tendré preparada la tienda.
Pasajero estaba en su aposento ultimando los preparativos para la marcha. Experimentaba un fuerte impulso interior que le hacía estar seguro de sí mismo. Jamás había tomado una decisión tan trascendental, pero estaba dispuesto a confiar en el poder que controla a todo el Universo. Sentía que no estaba solo y que alguien velaba por él.
Por primera vez iba a romper las cadenas que le ataban a la familia y a los estudios en aras de encontrar la verdadera libertad. Intuía que, hasta que esto no sucediera, seguiría esclavizado a sus conceptos sobre el sendero de la verdad, puesto que ésta, tenía que ser práctica y no idealizada. Sabía que su nivel de comprensión era elevado, mas de nada le serviría hasta que su conciencia no entrase en contacto directo con la perfección.
Cuando terminó de recoger todo aquello que habría de llevarse, fue hacia el salón para estar con sus padres. Era la última noche que pasaría con ellos y quería dedicarle su tiempo y cariño.
Cenaron juntos y a continuación pasaron a ver el programa de televisión. Pasajero trataba de ser comunicativo con ellos, pero dándose cuenta de la muralla que existía, se limito a estar presente.
Mientras su mirada estaba puesta en el receptor, pensaba:
“El único momento del día que se reúne toda la familia, en vez de compartir las respectivas inquietudes o fomentar las relaciones entre padres e hijos, nos dedicamos a permanecer pasivos ante el medio visual, esperando, pacientemente, que nos laven el cerebro. No dudo que sea ésta la razón por la cual algunos líderes políticos deseen tanto utilizar y manipular este medio de comunicación de masas.”
Como no estaba dispuesto a resistir mucho tiempo la programación de turno, Pasajero se incorporó del sofá y después de besar a sus padres, marchó a su estancia...
Pasajero se levantó temprano y, aprovechando la salida de su madre para realizar la compra del día, cogió la mochila y se dirigió a la casa de su amigo.
Llamó al timbre y Pedro salió al instante... Decidieron ir a tomarse un café en el bar de la esquina, puesto que Pasajero tenía que pedirle un favor a su amigo, y todavía era temprano para marcharse hacia el aeropuerto.
-Mucho te agradecería, Pedro, que fueras esta tarde a mi casa y le dijeras a mis padres que me voy a la India por dos o tres meses.
-No quiero que estén preocupados, o que empiecen a indagar en hospitales, o se pongan en contacto con la policía. Puedes contarles también el motivo de mi viaje; así lo verán con mejores ojos, pues creerán que forma parte de mis investigaciones y estudios; no obstante, yo les escribiré desde allí y los tranquilizaré un poco.
-Puedes confiar en mí, Pasajero. Hablaré con tus padres y trataré de que lo comprendan -contestó Pedro.
Después de charlar durante un rato se despidieron y Pasajero partió hacia el aeropuerto, dispuesto a emprender su aventura.
Pasajero, con su pequeña herencia, tenía suficiente para el billete de ida y vuelta y su manutención durante el tiempo que pensaba permanecer en la India.
Compró algunas revistas y, mientras esperaba la salida del avión, se tomó un aperitivo en el restaurante del aeropuerto.
Pasajero esperaba relajado el acontecimiento que estaba a punto de llevar a cabo. Era su primer vuelo y sabía que la duración de éste era de bastantes horas. Una vez en Delhi tomaría un tren para arribar a su destino definitivo que era la ciudad santa de Varanasi.
Cuando escuchó por los altavoces el aviso de embarque, se levantó decidido y se dirigió hacia la sala de control; una vez pasado, sin problemas, fue conducido hacia el avión.
Ya no podía dar marcha atrás. La decisión había sido tomada y a partir de ahora tendría que afrontar todas las consecuencias con firmeza y confianza.
El aparato volaba por encima de las nubes con rumbo fijo. Así daba comienzo una etapa decisiva para las esperanzas que Pasajero había depositado en su venturosa búsqueda por tierras Santas…
Tras un agotador viaje hicieron escala en Bombay y Pasajero tenía que cambiar de avión con rumbo a Delhi. Antes de subir al aparato disponía de tiempo suficiente para refrescarse un poco la cara y tomar un refrigerio.
La diferencia del clima era notable y Pasajero se despojó de la cazadora. Su deseo se había hecho realidad, ya que estaba pisando tierra sagrada.
Compró una guía turística y se encaminó hacia la puerta de embarque. Un joven con indumentaria europea pero de tez oriental, que se dirigía también a Delhi, se acercó a Pasajero y le preguntó en inglés:
-Perdona mi indiscreción. Te he estado observando y me da la impresión de que es la primera vez que visitas la India ¿no es así?
-Es cierto -contestó Pasajero-. Supongo que habrás notado cómo miraba a mi alrededor tratando de fotografiar con mis ojos todo aquello que se manifestaba ante mí.
-Es normal y le ocurre a todo el mundo. Al principio nos cuesta adaptarnos al lugar que nunca hemos visitado, pero el tiempo se encarga de que se convierta en indiferencia aquello que en un principio era admiración.
-Yo creo que mi corazón jamás se sentiría saturado de la riqueza espiritual que existe en la India.
-Veo que tú también, al igual que miles de occidentales que pasan por aquí, vienes a buscar lo que en tu país no has descubierto.
-Sinceramente he de decirte que sí, y la razón es que nos aventajáis en muchos años en vuestra dedicación de cultivar el espíritu por encima de cualquier otra actividad social. Por eso, no me extraña que tengamos que venir de otros rincones del planeta a indagar por estos santos lugares, buscando la respuesta a nuestra incógnita interior.
Subieron al avión y continuaron dialogando durante el trayecto. El joven hindú parecía insinuarle a Pasajero su desencanto hacia la India actual.
Pasajero, por su parte, no podía dar crédito a lo que intentaba transmitirle su compañero de viaje, ya que parecía desprestigiar aquellos valores que, precisamente, lo motivaron a emprender su aventura por estas tierras.
Una vez llegaron a Delhi, el joven hindú, con una sonrisa irónica, se despidió de Pasajero diciéndole:
-¡Espero que encuentres lo que has venido a buscar desde tan lejos...!
Pasajero, un poco molesto por la actitud de su acompañante, miró fijamente sus ojos y le dijo;
-Por estas tierras nació el adagio: “utiliza las palabras cuando sean más importantes que el silencio”. Nunca menosprecies a un ser humano, sea cual sea su condición, porque de uno de ellos recibirás algún día la experiencia que disipará tu orgullo.
Pasajero se alejó del joven, que permanecía sin moverse, observando cómo su interlocutor había quedado sorprendido por su respuesta.
A continuación se dirigió hacia el norte de la ciudad para visitar el casco antiguo; tras recrearse durante un rato, y descansar a continuación en un parque cercano, se encaminó hacia la estación ferroviaria...
El tren llegó a Varanasi al atardecer y Pasajero buscó alojamiento en un hotel. El Sol no tardaría en ocultarse y no le daría tiempo de encontrar una zona tranquila donde instalar la tienda de campaña.
Pasajero, queriendo someter a prueba su estómago degustando la comida hindú, entró en un restaurante para comprobar prácticamente la fama de sus salsas picantes... No tardó mucho tiempo en darse cuenta de que sus entrañas estaban ardiendo; rápidamente tuvo que pedir una botella de agua al camarero que, con una sonrisa en los labios, le había advertido de antemano.
Después de aprender la lección, abandonó el establecimiento y se retiró a su aposento; acusaba el cansancio del viaje y lo que más le apetecía, en esos momentos, era descansar plácidamente.
Los rayos solares penetraron en la estancia de Pasajero y le dieron la bienvenida al espléndido día que se manifestaba sobre la ciudad santa.
Se levantó de la cama presto a iniciar la esperanzada misión que le había traído por estos parejes. Abandonó el hotel y emprendió la marcha, con su mochila, hacia las orillas del Ganges.
Pasajero fue recorriendo los lugares turísticos, pudiendo observar con asombro el arraigo tradicional de creencias que permanecían inalterables con el paso del tiempo. Transitaba por callejones repletos de peregrinos y estuvo visitando los crematorios a las orillas del Ganges, donde, una vez efectuadas las incineraciones, las cenizas eran arrojadas al río sagrado.
En su marcha hacia la desembocadura del Varona, buscando una zona tranquila donde acampar, Pasajero se cruzaba con sadhus vestidos con túnicas de color azafrán, ancianos decrépitos esperando pacientemente la muerte, y algún que otro yogui retorciendo su cuerpo.
Montó la tienda a orillas del río y bajo un frondoso árbol; sacó de la mochila el libro del Evangelio de Acuario, y dedicó toda la tarde a la lectura del interesante libro, aislado de un apacible silencio...
Al despuntar el alba, Pasajero emprendió la búsqueda de algún guru que pudiera responder a sus preguntas.
Deambulaba por senderos angostos cuando, repentinamente, divisó a lo lejos a un grupo de personas apiñadas en torno a un brahmán. El sacerdote platicaba en hindi y los discípulos escuchaban con gran atención las enseñanzas del erudito. Pasajero se acercó con lentitud y, sin hacer ruido, se sentó en el suelo.
A pesar de no entender nada de lo que se decía, podía percibir una vibración positiva que emanaba de las palabras del anciano. De vez en cuando el brahmán era interrumpido por alguno de los allí presentes, y el maestro, que radiaba una alegría inefable, respondía pacientemente a las dudas de sus discípulos.
Una vez hubo finalizado el prolongado discurso espiritual, los oyentes fueron abandonando el paraje y prosiguieron su camino. Pasajero permaneció sentado en el suelo mirando fijamente al anciano que, con voz sosegada, se dirigió a él y le preguntó en inglés:
¿Qué deseas, hijo mío?
-¡He venido desde muy lejos con la esperanza de encontrar al Maestro! -exclamó Pasajero.
-¿Qué clase de Maestro buscas?
-¡Aquél que pueda mostrarme el sendero de la verdad!
-¿Qué es la verdad para ti?
-La experiencia suprema de amor y felicidad que alcanza el ser humano cuando se relaciona prácticamente con la energía interior que le da vida.
-¿Y qué es esa energía interior?
-La vibración primordial de donde surgió toda la Creación.
-¿Y para ti qué es esa vibración primordial?
-El Nombre de Dios, el Verbo, la Palabra...
-¿Puedes decirme el Nombre de Dios?
-El Maestro Lao Tse escribió una vez: "El Nombre que puede ser pronunciado no es el verdadero Nombre" –contestó Pasajero.
El brahmán, con frente serena, fijó su mirada en los ojos de Pasajero y le dijo dulcemente:
-¡Hijo mío! Lo que estás buscando es lo más sublime que puede alcanzar un hombre en todas sus reencarnaciones. Yo puedo enseñarte a hacer viajes astrales o a levitar si lo prefieres, pero esa verdad de la que tú me hablas, solamente, un alma grande puede mostrarla. Aquel que procede de la luz es el único que tiene el poder de llevarte a ella. Si un día encuentras al poseedor de esa llama interior, ven y dímelo; te estaré esperando pacientemente.
Pasajero, tras ofrecer su agradecimiento al anciano sacerdote, prosiguió su camino.…
Transcurría el tiempo, y las expectativas que Pasajero había depositado por estos parajes iban desvaneciéndose paulatinamente. Un sentimiento de desesperanza le estaba produciendo un dolor muy profundo en su estado de ánimo.
Cierto día, mientras Pasajero se hallaba a la orilla del río Varuna, contemplando el fluir de las aguas en su constante afán de fundirse al Ganges, se le acercó un sadhu con la cabeza rapada y se colocó junto a él sin decir nada.
Pasajero, que no se inmutó al principio, pero viendo que su acompañante no decía una palabra, le miró sorprendido y le comentó:
-¿Qué sensación más placentera produce observar el correr de las aguas; no es cierto?
El sadhu le miró sonriente y asintió con la cabeza. Pasajero, totalmente desconcertado, le dijo:
-¿Eres mudo?
El joven miró a Pasajero y con un movimiento de cabeza le dio a entender que no.
-¿Entonces, por qué no hablas? ¿Estás haciendo voto de silencio? -preguntó Pasajero.
El sadhu hizo un ademán afirmativo y le expresó con gestos que le dejara tranquilo.
Pasajero dejó de molestarle y se tumbó de espaldas sobre el césped dispuesto a contemplar el despejado cielo.
Después de unos instantes de silencio, Pasajero volvió a insistir y le preguntó al extraño personaje:
-Perdóname que te moleste pero es que tengo una duda acerca de tu actitud de permanecer callado. ¿Quisiera saber si el tiempo que llevas sin pronunciar una sola palabra, has estado en silencio interior, o por el contrario, continúas hablando dentro de ti?
El joven le hizo entender a Pasajero, que constantemente escuchaba una voz dentro de él y que no paraba de hablar.
-¿Entonces, de qué te sirve no utilizar el don de la palabra, si continúas hablando interiormente a pesar de tu voto de silencio? -murmuró Pasajero.
El sadhu se incorporó raudo y veloz sumido en una profunda exasperación y, ante la irrebatible réplica de Pasajero, partió del lugar vomitando maldiciones y todo tipo de presagios.
Pasajero continuó echado sobre el césped, mientras pensaba:
“¡Es impresionante el poder que ejerce sobre los individuos un concepto, sobre todo y en particular, religioso...!
“Nosotros, los occidentales, estamos inmersos en una sociedad materialista, donde la tecnocracia y el consumismo son nuestros dioses; sin embargo, en el tiempo que llevo en la India he podido vislumbrar con claridad meridiana el antagonismo oriental, produciéndome una total frustración y desengaño. En estas tierras, donde se supone que deba reinar los valores más ennoblecedores y la plena dedicación a la práctica de la verdad, lo que se manifiesta ante mis ojos son fanáticos llenos de prejuicios religiosos y haciendo culto a costumbres y creencias totalmente marginadas de la realidad espiritual del hombre.
“El confusionismo que nos azota es como una plaga que se extiende paulatinamente por todos los rincones del planeta siguiendo al espejismo de la realidad.
“¡En qué se ha convertido aquella India, residencia inmortal de Iluminados y Santos que difundieron a través de los tiempos las verdades sagradas e inalterables de Brahma, Rama, Krishna, Buda, Gurú Nanak, Ramakrishna!
“Ahora observo a mi alrededor el peregrinaje, folklórico y desvirtuado, de piadosos buscando en ritos y ceremonias lo que en su día fue la resurrección de los muertos en vida, cuando se hallaban ante la presencia física del Maestro.
“Ni oriente ni occidente pueden saciar, en la actualidad, la sed de mi corazón, ¿Dónde se esconderá el Divino Mensajero? ¿Por qué tarda tanto en manifestarse? ¿Qué ha de suceder aún en el mundo para requerir su presencia...?”
Pasajero, desafortunado hasta el momento en su ventura, emprendió la marcha hacia el punto de encuentro del peregrinaje budista; Sarnath, En esta ciudad, según cuenta la leyenda, Buda pronunció su primer discurso espiritual.
En su camino se encontraba con monjes que también seguían su misma dirección... Antes de llegar a su objetivo final, Pasajero divisó a un anciano, sentado al borde del sendero meditando en posición de loto, y se dirigió hacia él. Se sentó encima de la mochila y esperó tranquilamente a que el monje abriera los ojos.
Transcurrió una media hora y el anciano, que parecía estar en un éxtasis profundo, volvió en sí. Pasajero le miró con expresión suplicante, dándole a entender que necesitaba ayuda, y exclamó:
-Perdona mi atrevimiento y las molestias que te haya podido ocasionar por estar aquí a tu lado mientras meditabas. Deseo profundamente aprender a sosegar mis sentidos como tú lo haces ¿Podrías enseñarme?
El monje, con un apacible rostro que infundía confianza, le dijo con voz serena:
-¿Cómo puedes saber que tenía cerradas las ventanas del mundo sensorial? ¡Bien podría haber estado haciendo otra cosa, como por ejemplo: pensar, imaginar o recordar,..!
-Soy muy sensible para captar cuando un ser está escuchando el latir de su eterno corazón -dijo Pasajero-, y se halla sumergido en el océano de amor y quietud. Tuve un amigo, muy querido para mí, que me hablaba de ese Reino interior, y cuando entraba en profunda meditación, como tú lo haces, emanaba de él la misma paz que tú me estás transmitiendo ahora mismo.
-¿Y qué esperas de mí?
-¿Puedes mostrarme las cuatro nobles verdades de Buda? Es la meta más ambiciosa que puede llegar a alcanzar un humilde y sincero buscador de la verdad.
-¿Quién te ha dicho su número?
-Todas las Escrituras Sagradas que he examinado minuciosamente, coinciden en resaltar las cuatro manifestaciones que existen para experimentar la energía interior.
-Veo que estás instruido en el sendero de la verdad, pero he de advertirte que, aunque seas iniciado en estas técnicas de Raja Yoga, necesitarás recibir en su momento oportuno la Gracia, que únicamente puede transferirte el Buda encarnado.
-¿Y cuando llegará ese día tan esperado por mí?
-La paciencia es una virtud que deberías aprender a cultivar, puesto que necesitarás hacer uso de ella en el interminable sendero de la verdad... Al igual que el buen jardinero sabe cuando es el tiempo para cortar una flor, de la misma manera, el Maestro posee la conciencia suprema para decidir cuando ha de manifestarse entre los hombres; por lo tanto, debes perseverar en tu anhelo. No olvides nunca, que en tu debilidad se halla tu fortaleza.
-Pero a veces es insoportable el sufrimiento que experimento cuando contemplo con impotencia la ignorancia y la confusión que nos rodea.
-El hombre sabio pasa inadvertido por este mundo, y todo lo que percibe con sus sentidos no le produce el menor daño, debido a que su foco de atención será siempre lo eterno e inmutable.
-¿Podré llevar a cabo durante esta vida la unión con el Todo?
-Depende de lo receptivo que estés a la experiencia.
Cuando te sean mostradas las nobles verdades de Buda, poseerás el instrumento genuino para penetrar en tu interior y fundirte con la energía suprema. A partir de ese momento, tú serás el camino y siempre te acechará el enemigo que todos llevamos dentro, pues intentará por todos los medios desviar tu atención hacia los deseos mundanos. La lucha será titánica, pero tendrás por aliado el viento de la Gracia que, impulsará, con fuerza suficiente, las velas del barco para que éste arribe a buen puerto. Deberás ser constante y perseverar hasta el fin, puesto que una vez hayas visto la Luz con la visión interior, nunca podrás negar su existencia. También debes saber que cada paso que des tendrá que ser siempre hacia adelante, porque no habrá sendero hacia atrás.
Ambos prosiguieron su marcha y el monje acompañó a Pasajero hacia un monasterio budista.…
Transcurrieron algunas semanas y Pasajero soportaba con voluntad y tesón la disciplinada vida monacal en aras de alcanzar el precioso tesoro que su corazón pedía a gritos.
Cierto día, cuando Pasajero se hubo olvidado por completo del motivo por el cual estaba en el monasterio, y toda su concentración se hallaba puesta en las tareas que le encomendaban, fue llamado por el monje que encontró en el sendero:
-¡Hijo mío, creo que ha llegado el tiempo en que seas iniciado! -exclamó el anciano con una sonrisa en los labios y mirando tiernamente a Pasajero-.
-He seguido tus pasos muy de cerca, sin que hayas sido consciente de ello, y he de confesarte que has madurado con bastante rapidez. Las labores en las que has estado ocupado han ido labrando con delicadeza tu corazón, para que la semilla que vas a recibir pueda germinar con fuerza y vigor. Ahora tu rostro irradia quietud, y tu mirada es limpia y real. Por lo tanto, ha llegado la hora de que puedas beber del manantial de la sabiduría.
-Nunca pude sospechar que fueras tú, quien me abriera la puerta de mi corazón -contestó Pasajero con voz sosegada-.
Pero, ahora comprendo, perfectamente, que todos somos marionetas en manos del Creador. É1 fue quien te cruzó en mi camino y te eligió para que fueses un instrumento de su amor. En este tiempo de estancia en el monasterio tuve que quemar mi impaciencia y orgullo a través de la acción, para llegar a comprender el secreto de la no acción; y el anhelo que motivó mi partida hacia estas lejanas tierras se ha extinguido por completo. Sin embargo, un sentimiento de bienaventuranza ha arraigado, profundamente, en mi corazón.
-No debes olvidar jamás, Pasajero, que hemos de retroceder todo lo andado en este mundo, si queremos escuchar el eterno latir de nuestra alma. Solamente, aquellos que se conquistan a sí mismos y llegan a tener la simpleza y el corazón de un niño, son los afortunados para tan dichosa experiencia.
-¿Y qué he de hacer para alcanzar la sencillez de la que me hablas?
-Simplemente esperar con paciencia a que germine y dé su fruto la semilla que será plantada en tu interior. Dale tiempo al tiempo y observa con amor el florecimiento de la sabiduría que disipará la oscuridad e ignorancia que has acumulado en este mundo de ilusión, pues será ella, la que desvelará todos los misterios ocultos desde antes de tu nacimiento espiritual. Mañana será un día glorioso para ti, Pasajero, pues conocerás directamente la fuente de amor que te hace respirar, y verás cara a cara el rostro resplandeciente del Todopoderoso. Ahora ves a tu aposento y duerme tranquilo, porque al despuntar el alba deberás estar aquí descansado y despierto para tu iniciación.…
Después de que le fuese mostrado el secreto que con tanto celo había sido protegido y ocultado a través de los tiempos, Pasajero se retiró al bosque a meditar y a realizar la experiencia de la verdad dentro de sí.
Situó la tienda de campaña bajo la sombra de un árbol y permanecía la mayor parte del tiempo en su interior, practicando pacientemente el arte de concentrar su atención (meditar) en las técnicas que le fueron reveladas.
Todas las experiencias que había leído acerca del sendero interior, estaban siendo una realidad para Pasajero, puesto que en el ir y venir de su conciencia podía percibir la situación de los centros de energía que se hallaban repartidos a lo largo del cuerpo. También era consciente, de una parte, de las sensaciones que estimulaban su instinto sexual, y de otro lado, del poder que la mente ejercía sobre él sin que se diera cuenta. Pero, lo que más despertó su entusiasmo y dicha fue, sentir un profundo amor al reposar su atención en el punto concreto que le señaló el monje; para ello, tenía que ir surcando o rechazando los pensamientos y las extrañas vibraciones que se manifestaban en el camino de su aventura interior.
Pasajero fue practicando por separado cada una de las técnicas, pudiendo comprobar con claridad manifiesta que, el resultado de su experiencia coincidía exactamente con lo que había escrito la noche en que despertó con un profundo deseo de expresar su estado de plenitud.
Ahora comprendía lo que significaba la resurrección de los muertos. Tenía la sensación de haber nacido de nuevo a la vida, pero esta vez sabiendo, perfectamente, donde se hallaba la verdadera realidad del ser.
El calor de la tienda era insoportable. Pasajero tuvo que salir y permanecer en el exterior, desprovisto de su indumentaria. Miraba al cielo como si fuese la primera vez que lo veía; escuchaba el cantar de los pájaros y quedaba extasiado con su melodía; percibía el respirar de los árboles y el latir de las plantas... Todo era armonía y belleza a su alrededor, y desde su corazón lanzaba un grito de alabanza y agradecimiento hacia el Creador por sentirse vivo y rebosante de felicidad.
Pasajero cogió el saco de dormir y lo extendió en el suelo a la sombra de un árbol. Se sentó encima de él y puso en práctica una de las cuatro técnicas de meditación: La Palabra. A medida que su atención se sincronizaba con la vibración primordial, era consciente de cómo su esencia trascendía los límites de su cuerpo y se fundía lentamente en el eterno latir del universo. Era una experiencia indescriptible. Pasajero percibía en ese estado, que toda forma animada se hallaba unida por un cordón umbilical a la fuente de amor y armonía; y el resultado práctico de ese gratuito enlace se materializaba en la vida, puesto que toda manifestación viviente esta sujeta a esta ley natural.
Pasajero, cuando fue consciente de estar otra vez delimitado por su forma física, abrió los ojos y miraba a su alrededor, sorprendido de la increíble experiencia de la que había sido objeto. No pudiendo reprimir su felicidad y alegría, echó a correr por el bosque, contento y dando gracias al Todopoderoso por haber sido testigo del milagro de la vida. Ahora ya sabía que todas las especies que pueblan la Tierra, incluido el hombre, pronunciaban silenciosamente en sus corazones el Sagrado Nombre del Creador.…
En el transcurrir de los días, Pasajero se dedicaba a la práctica de la meditación y al examen minucioso de algunas Escrituras orientales que hacían referencia a la trascendental semilla que había sido plantada en su corazón.
A partir de ahora sería testigo de cómo en su interior florecería lentamente un hermoso jardín para su propio deleite.
Pasajero levantó la tienda y fue a visitar al monje:
-Perdona que haya requerido tu presencia -comentó Pasajero-, pero he de comunicarte que debo regresar a mi país. Una vez conseguido lo que tanto anhelaba, nada me queda por hacer aquí.
-Recuerda, Pasajero, que dondequiera que vayas has de tener presente una sola cosa. Este conocimiento que te he revelado y que siempre estuvo en ti, alcanzará su máximo esplendor y gloria cuando recibas la Gracia del Maestro que se ha de manifestar. Todos nosotros esperamos pacientemente su venida, porque el Buda se reencarnará de nuevo con más poder que nunca. No olvides jamás lo que acabo de decirte.
-Te estoy inmensamente agradecido por haber sido tú el instrumento que abriera la puerta de mi corazón. Ahora, la espera no será tan dolorosa, que me impida vivir en armonía con mi entorno natural y humano. Podré saborear el presente que siempre se me escapaba a causa de la desenfrenada actividad mental, y en mi ciudad natal, Barcelona, esperaré ilusionado la señal o la pista que el Maestro me envíe a través de sus múltiples manifestaciones; ya sea, por mediación de sus discípulos que propaguen su venida, o bien, utilizando al ruiseñor de la esperanza, puesto que a partir de estos momentos mi conciencia está lo suficientemente susceptible como para traducir cualquier mensaje que sea emitido por la Energía Superior que controla al Universo, Gracias otra vez, venerable amigo.
-Hasta siempre...
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