Érase una vez en un lejano pueblo del Nepal, a los pies de la cordillera del Himalaya, que entre sus habitantes corría la voz de que en la cima de la montaña más cerca habitaba un ermitaño que daba cobijo en su caverna a un genio que concedía todos los deseos.
Muchos aldeanos emprendieron su peregrinación hacia la montaña, abrigando unas esperanzas que no tardaron en desvanecerse. Todos y cada uno iban regresando ladera abajo totalmente desilusionados y descontentos después de haber alimentado tantas expectativas.
En la aldea vivía un humilde campesino que al enterarse de la noticia, se animó a visitar al ermitaño. Dispuso su talego y cayado y emprendió la ascensión a la montaña pensando en lo que le pediría al genio.
Cuando llegó a la cabaña del eremita, exhausto y abatido tras el largo viaje, suplicó un poco de agua al venerable anciano y tras un breve descanso le dijo:
- Honorable señor, ha llegado a mis oídos que dais cobijo a un genio que concede todos los deseos. ¡Es cierto!
- Así es, pero si quieres contar con sus servicios, debes saber que has de tenerlo siempre ocupado. Si no es así, te destruirá.
- ¡Pero señor! Soy un pobre y humilde campesino que no poseo nada y mi vida está plena de miserias y desgracias. Si pudieras cedérmelo por algún tiempo, te estaría profundamente agradecido, y no sabría cómo pagártelo.
- De acuerdo, -contestó el anacoreta-. Pero no olvides lo que te he dicho. Tenlo siempre ocupado.
El humilde campesino emprendió el camino de regreso por la ladera de la montaña llevándose al genio con él. Al instante comenzó el genio a pedirle que le diera algo para hacer. El campesino ante la insistencia, le dijo que le proporcionara un asno para así hacerle el viaje más placentero; y ambos subieron a lomos del animal.
Muchos aldeanos emprendieron su peregrinación hacia la montaña, abrigando unas esperanzas que no tardaron en desvanecerse. Todos y cada uno iban regresando ladera abajo totalmente desilusionados y descontentos después de haber alimentado tantas expectativas.
En la aldea vivía un humilde campesino que al enterarse de la noticia, se animó a visitar al ermitaño. Dispuso su talego y cayado y emprendió la ascensión a la montaña pensando en lo que le pediría al genio.
Cuando llegó a la cabaña del eremita, exhausto y abatido tras el largo viaje, suplicó un poco de agua al venerable anciano y tras un breve descanso le dijo:
- Honorable señor, ha llegado a mis oídos que dais cobijo a un genio que concede todos los deseos. ¡Es cierto!
- Así es, pero si quieres contar con sus servicios, debes saber que has de tenerlo siempre ocupado. Si no es así, te destruirá.
- ¡Pero señor! Soy un pobre y humilde campesino que no poseo nada y mi vida está plena de miserias y desgracias. Si pudieras cedérmelo por algún tiempo, te estaría profundamente agradecido, y no sabría cómo pagártelo.
- De acuerdo, -contestó el anacoreta-. Pero no olvides lo que te he dicho. Tenlo siempre ocupado.
El humilde campesino emprendió el camino de regreso por la ladera de la montaña llevándose al genio con él. Al instante comenzó el genio a pedirle que le diera algo para hacer. El campesino ante la insistencia, le dijo que le proporcionara un asno para así hacerle el viaje más placentero; y ambos subieron a lomos del animal.
Acto seguido prosiguió el genio: dame algo para hacer o te destruiré.
Así que el campesino le dijo que le construyera un castillo y que le proporcionara una joven y bella consorte para hacerle la vida más feliz. Sus deseos fueron complacidos al instante. Seguidamente el genio continuaba en su empeño de destruir al campesino que se llenaba de posesiones; mas no podía disfrutar de todo lo que iba acumulando en su vida.
Así que iba pasando el tiempo y se daba cuenta que era más infeliz que antaño, al no poder disfrutar de nada por temor a ser destruido; por lo que una mañana se levantó temprano y fue a visitar al ermitaño. Le explicó lo desgraciado que era y le suplicó que le diera una solución a su problema.
El solitario anciano, compadeciéndose del campesino le dijo: construye un obelisco en el patio del castillo que posees y cuando el genio haya terminado de concederte algún deseo, dile que suba y baje por el obelisco hasta que le avises.
Así que cuando el genio no estaba atareado en conseguir los deseos de su nuevo dueño, sabía que debía subir y bajar por el obelisco hasta una nueva petición.
Adaptación de este cuento que escuché en una de las conferencias que dio Maharaji, hace muchos años. He tenido que escudriñar en mi memoria para reflotarlo, comprendiendo la profundidad y el trasfondo del mismo.
F.G.
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