10 diciembre 2006

Sentir

Tu vida

Somos camaleones que van cambiando de color.

Imagínate una casa con cinco habitaciones, cada una de un color distinto: verde, amarillo, violeta, rosa y rojo, y que al entrar en ellas nos volviésemos del color de la habitación.

Eso es lo que hacemos cada vez que decimos: soy hermano, ahora soy padre, ahora soy empleado, ahora empresario, ahora abogado, ahora médico...

Camaleones. Sabemos cambiar de color para pasar desapercibidos, hasta tal punto que nos olvidamos de quiénes somos. Nos olvidamos de ese niño inocente que tenemos dentro.

Remóntate a tu niñez, muchos años atrás, cuando amabas la felicidad con todas tus fuerzas. ¿Te acuerdas de ese niño que esperaba, ansioso, a que empezase el nuevo día?

Cada día te deparaba algo emocionante. El ayer ya no importaba, y el mañana no entraba en tus planes. Ese día que comenzaba lo era todo: despertar, ver el sol y asomarse afuera con una mirada nueva. Tan simple, tan inocente, tan maravilloso. Pero entre una cosa y otra, la paz que teníamos se fue disipando.

Y todo aquello que pensábamos que algún día nos traería la felicidad, ha acabado haciéndonos sufrir.

Cuando esto ocurre, nos preguntamos: "¿Qué ha pasado? Si sólo quería paz, lo único que quería en mi vida era sentirme bien". Entonces nos planteamos: ¿qué puedo hacer? Pero, de hecho, incluso en el momento en que nos estamos preguntando eso, la alegría sigue ahí, toda aquella belleza sigue estando ahí. Nunca nos ha abandonado.

Ese niño sigue vivo y reside en nuestro interior. Y sigue pidiendo lo mismo: ser feliz. Su único deseo es ser feliz. A los niños les obsesiona la felicidad.

No hay más que observar a un niño jugando para ver ese afán que tienen por sentirse satisfechos y felices.

Cuando un niño llora es por una sola razón: porque no está satisfecho. Para él, el mañana no existe. Su sentido de la responsabilidad consiste en levantarse con el sol y decir: ya estoy despierto.

Con gran acierto, se ha dicho que sólo con un corazón de niño podremos explorar el anhelo interior. Y es que al niño no le hacen falta definiciones y formalidades para aceptar lo que necesita. Acércate al conocimiento de ti mismo con sencillez, con un corazón de niño, abierto e inocente, sin confusión y dudas.

Como seres humanos que somos, nuestra fortaleza no reside en las dudas, sino en la comprensión; no está en las preguntas, sino en las respuestas; no está en la ignorancia, sino en el conocimiento. Esa es nuestra fortaleza.

Sin importar quiénes somos ni a que nos dedicamos, podemos ser partícipes de la danza de la vida, una danza auténtica que es nuestra expresión de gratitud por esta existencia.

La sed

Todos buscamos algo, deseamos algo, pero ¿qué es? Algunos lo llaman éxito, otros paz, o amor o serenidad... Pero, de hecho, es todo lo mismo.

¿Por qué, entonces, le damos tantos nombres? Porque anhelamos algo, pero no sabemos qué. Si lo que nos falta es amor, eso es lo que buscaremos; si tenemos problemas o confusión, buscaremos paz.

¿Pero qué nos pide el corazón? Que calmemos ese anhelo interior, que saciemos esa sed que tanto tiempo llevamos sintiendo.

Y no es una sed creada; ya la tenemos. Esta existencia encierra, junto a la sed de plenitud, algo que puede saciarla.

Existe el deseo de alegría, y existe la alegría; existe el anhelo de serenidad, y también la serenidad.

Todos tenemos sed, y aunque la ignoremos, la hemos sentido desde muy pequeños. Lo único que hemos deseado siempre es calmar esa sed y sentirnos plenamente satisfechos.

Alguien me preguntó hace poco cuál era la diferencia entre el deseo y la sed. Nos pueden disuadir de un deseo, pero no de la sed; ésa es su naturaleza.
Querer un automóvil nuevo es un deseo del que se me puede disuadir pero nadie puede disuadirme de la sed que siento; tengo que calmarla. No es algo discutible, sino que es cuestión de satisfacerla.

Quiero paz, quiero esa felicidad innata que no está sujeta a altibajos. Esa clase de paz, esa clase de felicidad que busco, existe. Lo que mi corazón anhela es alcanzable.

Esta sed de paz es innata, y cuando se hace palpable en mi vida, no hace falta que nadie me pregunte si quiero paz, porque ya la he sentido, y ya sé que la quiero. Es como el sediento en medio del desierto que grita: ¡agua, agua...!

Pero lo bueno de esta clase de sed es que el agua que la sacia se encuentra en nuestro interior, y también el método para saciarla.

La sed es lo que nos impulsa a buscar el conocimiento de nosotros mismos, una forma de ir adentro, de reducir un poco la velocidad y sentir lo que hay en nuestro interior.

Y cuando lo encontremos, sabremos que nuestra sed se ha calmado; no es que nos sugestionemos o lo imaginemos, sino que tendremos la certeza, porque es una experiencia real que se asienta en los cimientos de nuestro ser.

Afortunadamente, esa sed es tan intensa por naturaleza, que nunca desaparece, nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Sin esa sed, no nos habría interesado ni un juguete. Es esa sed la que nos impulsa, la que mueve el mundo.

Cuando saciamos nuestra sed, el resultado es una paz incomparable, una paz sin igual.

El viaje de la vida

El verdadero viaje de la vida comienza el día que nos disponemos a calmar nuestra sed.

Ese día todas las ventanas estaban cerradas y las persianas bajadas, no veíamos nada, no teníamos ni idea de qué distancia habíamos recorrido, ni de dónde estábamos ni de qué buscábamos o hacia donde nos dirigíamos.

Pero llega el día en que iniciamos el viaje.

En este viaje de la vida disponemos de una brújula, la sed de plenitud.

Nos la han regalado, la brújula ya es nuestra.

Se nos ha dado esa sed para que busquemos la manera de saciarla.

Y la brújula no deja de señalar. Señala hacia dentro, hacia el corazón, donde residen la claridad y la alegría. Es ahí adonde necesitamos dirigirnos: a nuestro interior.

Y así comienza el viaje. El viaje más fundamental no empieza en la ambigüedad, sino en la claridad. Parte del reconocimiento de que lo más bello y maravilloso reside dentro de nosotros. Han comenzado muchos viajes y nosotros somos los pasajeros. Todos somos pasajeros del tren de la vida,

aunque cada uno viaja en un vagón distinto. Al llegar a este andén, los vagones se han detenido, y todo el mundo está preocupado, preguntándose cuál será el destino.

Yo le recuerdo a la gente lo afortunados que somos de poder realizar este viaje. En el momento de partir les digo: no pienses en la siguiente parada.

Disfruta del viaje, sin más. Te esperan cosas maravillosas, así que no pierdas el tren. Disfruta del viaje.

Somos pasajeros. ¿Y adonde nos dirigimos? Nuestro papel es simplemente ser pasajeros, pasajeros que viajan por el mero placer de viajar. Un trayecto tan bello se hace porque sí. Así es el viaje de la vida, no necesita destino porque es bello en sí mismo.

Este viaje se emprende cada día. Por muy felices o desgraciados que nos sintamos, el viaje continúa.

Hubo un momento en nuestra vida en que no sabíamos que podíamos elegir. Aceptábamos lo que nos decían: así es la vida, aguanta el temporal, todo lo bueno tiene su parte mala.

Y de pronto, llega alguien que dice: no, no es así, hay otra alternativa, puedes optar por buscar la dicha y la belleza en tu vida.

Cada día que te conectes con la alegría y la belleza que hay en tu interior será un día mucho más grato. Entonces comprenderás que estar vivo es un privilegio.

La búsqueda de la plenitud es la más noble de todas las búsquedas. Quienes hayan comprendido el privilegio que poseen tendrán la valentía de emprender el viaje.

Abre el regalo

Dondequiera que vamos, encontramos a alguien que nos anima a superarnos. En los libros y en la televisión siempre nos están diciendo: escucha tal discurso, lee tal libro, haz esto, haz aquello y serás mejor persona.

Estamos vivos.

¿Acaso vivimos por casualidad? ¿Nos llega la respiración por casualidad?

Es hora de que aceptemos el hecho de que estamos vivos. Porque, cuando lo hagamos, abriremos la puerta a un esplendor que jamás podríamos haber imaginado.

Ese día empezaremos a aceptar el mayor de los regalos.

El mayor regalo no es el que nos queda por recibir, sino el que ya se nos ha dado. La paz ya se nos ha dado. Todo lo que podamos pedir, todo lo que nuestra mente pueda desear jamás, ya se nos ha concedido en lo más hondo de nuestro ser.

Pero, día tras día, hemos ido habituándonos a rechazar ese regalo, dando más importancia a nuestras actividades cotidianas, a las citas, a las reuniones... Hallamos la excusa perfecta para cada compromiso: es nuestra responsabilidad.

La responsabilidad es el estandarte de la locura del ser humano.

Con gran bondad se nos ha dado este cuerpo. Con la misma bondad se ha colocado paz en el corazón de cada persona. Gracias a esa bondad, todos tenemos un corazón. Y gracias a esa bondad, hay un anhelo dentro de nosotros por descubrir esto en nuestra vida. En cada aliento podemos sentir la bondad y la belleza que encierra. Podemos obtener de cada aliento la alegría que trae consigo, y sentirnos vivos, llenos.

Tenemos que abrir este regalo, el regalo de la vida. Tenemos que desenvolverlo para encontrar la satisfacción plena, y hacer de lo auténtico nuestra prioridad.

Entre todo lo que recordamos en un día, acordémonos del regalo del aliento. Y entre todo lo que olvidamos, olvidemos nuestros problemas.

Necesitamos ver, conocer, y sentir gratitud en nuestra vida, una gratitud que no parte de la ceguera, sino del reconocimiento, esa gratitud que surge cuando el corazón está satisfecho.

¿Cuál es nuestra prioridad en la vida? Cada mañana deseamos que ese día nos vaya bien, que sea un éxito.

Pero, ¿quién se detiene un momento para sentir el fluir desbordante de la respiración?

Empezar a sentir la vida en movimiento, sentir que el corazón desea la plenitud, y no se conforma con menos, eso es lo más noble que puede hacer el ser humano.

Sé que un día me llegará la hora de tomar el último aliento; el tren habrá llegado a su destino. Y, cuando me baje de este tren, lo que más me gustaría es poder decir: gracias, gracias por esta vida, gracias por esta existencia.

Plenitud

Tiempo atrás nos hicimos una promesa a nosotros mismos: "Algún día estaré en paz, algún día tendré serenidad, algún día seré feliz". Han pasado los años y la promesa sigue sin cumplirse.

Aquello que nos impulsó a hacer esa promesa sigue esperando que se cumpla, como también sigue esperando aquello a lo que dirigimos nuestra promesa.

No pasa un solo día, ni uno solo, sin que la punzada, el dolor, el anhelo, el deseo de felicidad llame a nuestra puerta.

Algo en nuestro interior nos dice que busquemos la satisfacción. Y respondemos: sí, estoy en ello, algún día lo haré...

Pero esa voz interior replica: quiero sentirme satisfecho ahora. ¿Por qué esperar a "algún día"? E insistimos: algún día... antes de morir, lo haré.

¿Por qué? ¿Por qué esperar a morir satisfecho cuando se puede vivir satisfecho? Vivir.

Esa es la razón por la que estamos aquí: para llenar esta vida, llenarla de gratitud, de amor y de entendimiento. Somos responsables de ello ante nuestro corazón.

No importa la edad que tengamos. Si no hemos cumplido esa promesa, por muy satisfechos que estemos a nivel externo, nos faltará la satisfacción interior.

Desgraciadamente, algunos sólo nos sentimos vivos cuando soñamos, porque al despertar nos vemos abrumados por todos los problemas y las realidades de este mundo.

Somos seres pensantes. Pensando, nos entretenemos; en nuestra imaginación llegamos a ser ricos, realizamos auténticas hazañas, nos convertimos incluso en superhéroes que salvan el mundo. Pensando, nos realizamos.

El único problema es que si alguien nos molesta, caemos de golpe desde esa nube de pensamientos, y se acabó el superhéroe, se acabó la hazaña, se acabó nuestra felicidad.

Y sin embargo, cada momento de nuestra vida nos brinda la oportunidad real de sentirnos plenamente satisfechos.

Como máquinas de sentir que somos, podemos sentir plenitud. No tenemos que imaginarla ni concebirla, la podemos sentir. ¡Qué máquina la nuestra!

Cada momento que llega viene repleto de la más maravillosa plenitud.

Aprovecha esta posibilidad, no porque haya un libro que lo diga, sino porque has oído cómo tu corazón te llama hacia esa plenitud.

Si no lo has oído, escucha, no con la mente, sino con el corazón, y oirás una voz muy, muy familiar, una voz que te ha estado llamando toda la vida.

Lo que permanece

La vida llega y se va, pasa muy rápidamente. El universo puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Nada permanece igual.

Unos nacen y otros mueren; unos vienen y otros se van. Todo está en movimiento, todo cambia, hay cambios por todas partes.

El cuerpo también cambia día a día. La energía vital entra y sale de nosotros como un latido que impulsa nuestra existencia.

Aunque mantengamos el cuerpo inmóvil, el vaivén de la respiración continúa, con todo su esplendor, su sutileza y su sencillez: es la vida en acción.

El tiempo va dejando su huella en nosotros. Cada día que pasa, nos acercamos un poco más a lo inevitable. Pero también, cada día, recibimos un regalo.

Yo le recuerdo a la gente que la vida es lo más maravilloso que existe. Cuando aceptamos la vida sin reparos, todas las piezas encajan.

Podemos recibir cada nuevo día con los brazos abiertos, porque cada día que llega encierra la posibilidad de la satisfacción plena.

Todo lo que ocurre tiene lugar en este momento que llamamos el "ahora". Creemos en el mañana y vivimos para él, pero el mañana nunca llega. ¿Por qué?

Porque en cuanto llegue mañana ya será hoy, será ahora. Por mucho tiempo que vivamos, siempre estaremos atrapados en el ahora.

Nunca veremos el mañana ni el ayer; es físicamente imposible porque existimos en el presente.

Y sin embargo, desconocemos este momento presente. No tenemos ni idea de donde nos hallamos.

Podríamos sentirnos muy a gusto ahora si dejásemos de esbozar el mañana y de retratar el ayer.

Aquí, en este momento, la vida se encuentra inmersa en una maravillosa danza en honor a la belleza de la existencia, tan majestuosa, y tan sencilla.

Mi vida comenzó en el mismo instante en que nací, a pesar de que aún no tenía nombre, porque no sabían qué nombre ponerme. Ahí estaba yo, respirando, dándole la bienvenida al aliento, sin más.

Hoy la gente me valora por mis logros, pero siempre habrá alguien que me supere. Estoy de paso, no me quedo para siempre, y sin embargo, en mi interior, y en el interior de todos nosotros, hay algo que sí permanece.

Aunque lo único que llegara a ver en este viaje de la vida fuera eso que reside en mi interior, sería feliz. Habría merecido la pena venir.

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